Conciudadanos del Congreso,
Al comparecer ante ustedes para cumplir con el mandato
constitucional, atribuyo a este Mensaje una doble trascendencia: es el
primero de un Gobierno que acaba de asumir la dirección del país, y se
entrega ante exigencias únicas en nuestra historia política.
Por ello quiero concederle un contenido especial, concorde con su significado presente y su alcance para el futuro.
Durante 27 años concurrí a a este recinto, casi siempre como Parlamentario de oposición.
Hoy lo hago como Jefe de Estado, por la voluntad del pueblo
ratificada por el Congreso. Tengo muy presente que aquí se debatieron y
se fijaron las leyes que ordenaban la estructura agraria latifundista,
pero aquí también fueron derogadas instituciones obsoletas para sentar
las
bases legales de la reforma agraria que estamos llevando a cabo. Las
normas institucionales en que se basa la explotación extranjera de los
recursos naturales de Chile fueron aquí establecidas. Pero este mismo
Parlamento las revisa, ahora, para devolver a los chilenos lo que por
derecho
les pertenece.
El Congreso elabora la institucionalidad legal, y así regula el orden
social dentro del cual se arraiga; por eso durante más de un siglo ha
sido más sensible a los intereses de los poderosos que al sufrimiento
del pueblo.
En el comienzo de esta legislatura debo plantear este problema: Chile
tiene ahora en el Gobierno una nueva fuerza política cuya función
social es dar respaldo no a la clase dominante tradicional, sino a las
grandes mayorías. A este cambio en la estructura de poder debe
corresponder,
necesariamente, una profunda transformación en el orden socioeconómico
que el Parlamento está llamando a institucionalizar.
A lo avanzado en la liberación de las energías chilenas para
reedificar la nación, tendrán que seguir pasos más decisivos. A la
Reforma Agraria en marcha, a la nacionalización del cobre que sólo
espera la aprobación del Congreso Pleno, cumple
agregar, ahora, nuevas reformas. Sea por iniciativa del Parlamento, sea
por propuesta del Ejecutivo, sea por iniciativa conjunta de los dos
poderes, sea con apelación legal al fundamento de todo poder, que es la
soberanía popular expresada en consulta plebiscitaria.
Se nos plantea el desafío de ponerlo todo en tela de juicio. Tenemos
urgencia de preguntar a cada ley, a cada institución existente y hasta a
cada persona, si está sirviendo o no a nuestro desarrollo integral y
autónomo.
Estoy seguro de que pocas veces en la historia se presentó al Parlamento de cualquier nación un reto de esta magnitud.
- La superación del capitalismo.
Las circunstancias de Rusia en el año 1917 y de Chile en el presente
son muy distintas. Sin embargo, el desafío histórico es semejante.
La Rusia del año 17 tomó las decisiones que más afectaron a la
historia contemporánea. Allí se llegó a pensar que la Europa atrasada
podría encontrarse delante de la Europa avanzada, que la primera
revolución socialista no se daría, necesariamente,
en las entrañas de las potencias industriales. Allí se aceptó el reto y
se edificó una de las formas de construcción de la sociedad socialista
que es la dictadura del proletariado.
Hoy nadie duda que, por esta vía, naciones con gran masa de población
pueden, en períodos relativamente breves, romper con el atraso y
ponerse a la altura de la civilización de nuestro tiempo. Los ejemplos
de la URSS y de la República Popular China son elocuentes
por sí mismos.
Como Rusia, entonces, Chile se encuentra ante la necesidad de iniciar
una manera nueva de construir la sociedad socialista: la vía
revolucionaria nuestra, la vía pluralista, anticipada por los clásicos
del marxismo, pero jamás antes concretada. Los pensadores sociales han
supuesto que los primeros en recorrerla serían naciones más
desarrolladas, probablemente Italia y Francia, con sus poderosos
partidos obreros de definición marxista.
Sin embargo, una vez más, la historia permite romper con el pasado y
construir un nuevo modelo de sociedad, no sólo donde teóricamente era
más previsible, sino donde se crearon condiciones concretas más
favorables para su logro. Chile es hoy la primera nación
de la Tierra llamada a conformar el segundo modelo de transición a la
sociedad socialista.
Este desafío despierta vivo interés más allá de las fronteras
patrias. Todos saben, o intuyen, que aquí y ahora, la historia empieza a
dar un nuevo giro, en la medida que estemos los chilenos conscientes de
la empresa. Algunos entre nosotros, los menos quizás,
sólo ven las enormes dificultades de la tarea. Otros, los más, buscamos
la posibilidad de enfrentarla con éxito. Por mi parte, estoy seguro que
tendremos la energía y la capacidad necesarias para llevar adelante
nuestro esfuerzo, modelando la primera sociedad socialista edificada
según un modelo democrático, pluralista y libertario.
Los escépticos y los catastrofistas dirán que no es posible. Dirán
que un Parlamento que tan bien sirvió a las clases dominantes es incapaz
de transfigurarse para llegar a ser el Parlamento del Pueblo chileno.
Aún más, enfáticamente han dicho que las Fuerzas Armadas y
Carabineros, hasta ahora sostén del orden institucional que superaremos,
no aceptarían garantizar la voluntad popular decidida a edificar el
socialismo en nuestro país. Olvidan la conciencia patriótica
de nuestras Fuerzas Armadas y de Carabineros, su tradición profesional y
su sometimiento al poder civil. Para decirlo en los propios términos
del general Schneider, en la Fuerzas Armadas, como parte integrante y
representativa de la Nación y como estructura del Estado, lo permanente
y lo temporal organizan y contrapesan los cambios periódicos que rigen
su vida política dentro de un régimen legal.
Por mi parte declaro, señores miembros del Congreso Nacional, que
fundándose esta institución en el voto popular, nada en su naturaleza
misma le impide renovarse para convertirse de hecho en el Parlamento del
pueblo. Y afirmo que las Fuerzas Armadas chilenas y el Cuerpo de
Carabineros,
guardando fidelidad a su deber y a su tradición de no interferir en el
proceso político, serán el respaldo de una ordenación social que
corresponda a la voluntad popular expresada en los términos que la
Constitución establezca. Una ordenación más
justa, más humana y más generosa para todos, pero esencialmente para los
trabajadores que hasta hoy dieron tanto sin recibir casi nada.
Las dificultades que enfrentamos no se sitúan en ese campo. Residen
realmente en la extraordinaria complejidad de las tareas que nos
esperan: institucionalizar la vía política hacia el socialismo, y
lograrlo a partir de nuestra realidad presente, de sociedad agobiada por
el atraso
y la pobreza propios de la dependencia y del subdesarrollo; romper con
los factores causantes del retardo y al mismo tiempo edificar una nueva
estructura socioeconómica capaz de proveer a la prosperidad colectiva.
Las causas del atraso estuvieron -y están todavía- en el maridaje de
las clases dominantes tradicionales con la subordinación externa y con
la explotación clasista interna. Ellas lucraban con la asociación a
intereses extranjeros, y con la apropiación de los
excedentes producidos por los trabajadores, no dejando a éstos sino un
mínimo indispensable para reponer su capacidad laboral.
Nuestra primera tarea es deshacer esta estructura constructiva que
sólo genera un crecimiento deformado. Pero simultáneamente es preciso
edificar la nueva economía, de modo que suceda a la otra sin solución de
continuidad, edificarla conservando al máximo la capacidad
productiva y técnica que conseguimos pese a las vicisitudes del
subdesarrollo, edificarla sin crisis artificiales elaboradas por los que
verán proscritos sus arcaicos privilegios.
Más allá de estas cuestiones básicas se plantea una que desafía a
nuestro tiempo como su interrogante esencial: ¿Cómo devolver al hombre,
sobre todo al joven, un sentido de misión que le infunda una nueva
alegría de vivir y que confiera dignidad
a su existencia? No hay otro camino sino apasionarse en el esfuerzo
generoso de realizar grandes tareas impersonales, como auto superación
de la propia condición humana, hasta hoy envilecida por la división
entre privilegiados y desposeídos.
Nadie puede hoy imaginar soluciones para los tiempos lejanos del
futuro, cuando todos los pueblos habrán alcanzado la abundancia y la
satisfacción de sus necesidades materiales y heredado, al mismo tiempo,
el patrimonio cultural de la humanidad. Pero aquí y ahora, en Chile y en
América Latina, tenemos la posibilidad y el deber de desencadenar las
energías creadoras, particularmente de la juventud, para misiones que
nos conmuevan más que cualquier otra empresa del pasado.
Tal es la esperanza de construir un mundo que supere la división
entre ricos y pobres. Y en nuestro caso, edificar una sociedad en la que
se proscriba la guerra de unos contra otros en la competencia
económica; en la que no tenga sentido la lucha por privilegios
profesionales; ni la indiferencia
hacia el destino ajeno que convierte a los poderosos en extorsión de los
débiles.
Pocas veces los hombres necesitaron tanto como ahora de fe en sí
mismos y en su capacidad de rehacer el mundo, de renovar la vida.
Es éste un tiempo inverosímil, que provee los medios materiales para
realizar las utopías más generosas del pasado. Sólo nos impide lograrlo
el peso de una herencia de codicias, de medios y tradiciones
institucionales obsoletas. Entre nuestra época y la del
hombre liberado en escala planetaria, lo que media es superar esta
herencia. Sólo así se podrá convocar a los hombres a reedificarse no
como reductos de un pasado de esclavitud y explotación, sino como
realización consciente de sus más nobles potencialidades.
Este es el ideal socialista.
Un observador ingenuo, ubicado en algún país desarrollado poseedor de
esos medios materiales, podría suponer que esta reflexión es un nuevo
estilo de los pueblos atrasados para pedir ayuda, una invocación más de
los pobres a la caridad de los ricos. No se trata
de esto, sino de lo contrario. La ordenación interna de todas las
sociedades bajo hegemonía de los desposeídos, la modificación de las
relaciones de intercambio internacional exigidas por los pueblos
expoliados, tendrán como consecuencia no sólo liquidar la miseria
y el atraso de los pobres, sino liberar a los países poderosos de su
condena al despotismo. Así como la emancipación del esclavo libera al
amo, así la construcción socialista con que se enfrentan los pueblos de
nuestro tiempo tiene sentido tanto para las naciones desheredadas
como para las privilegiadas, ya que unas y otras arrojarán las cadenas
que degradan su sociedad.
Señores Miembros del Congreso Nacional: Aquí estoy para incitarles a
la hazaña de reconstituir la nación chilena tal como la soñamos. Un
Chile en que todos los niños empiecen su vida en igualdad de
condiciones, por la atención médica que reciben,
por la educación que se les suministra, por lo que comen. Un Chile en
que la capacidad creadora de cada hombre y de cada mujer encuentre cómo
florecer, no en contra de los demás, sino en favor de una vida mejor
para todos.
- Nuestro camino hacia el socialismo.
Cumplir estas aspiraciones supone un largo camino y enormes esfuerzos
de todos los chilenos.
Supone, además, como requisito previo
fundamental, que podamos establecer los cauces institucionales de la
nueva forma de ordenación socialista en pluralismo y libertad. La tarea
es de complejidad
extraordinaria porque no hay precedente en que podamos inspirarnos.
Pisamos un camino nuevo; marchamos sin guía por un terreno desconocido;
apenas teniendo como brújula nuestra fidelidad al humanismo de todas las
épocas -particularmente al humanismo marxista- y teniendo como norte
el proyecto de la sociedad que deseamos, inspirada en los anhelos más
hondamente enraizados en el pueblo chileno.
Científica y tecnológicamente hace tiempo que es posible crear
sistemas productivos para asegurar, a todos, los bienes fundamentales
que hoy sólo disfrutan las minorías. Las dificultades no están en la
técnica y, en nuestro caso, por lo menos, tampoco residen
en la carencia de recursos naturales o humanos. Lo que impide realizar
los ideales es el modo de ordenación de la sociedad, es la naturaleza de
los intereses que la rigieron hasta ahora, son los obstáculos con que
se enfrentan las naciones dependientes. Sobre aquellas situaciones
estructurales
y sobre estas compulsiones institucionales debemos concentrar nuestra
atención.
En términos más directos, nuestra tarea es definir y poner en
práctica como la vía chilena al socialismo, un modelo nuevo de Estado,
de economía y de sociedad, centrado en el hombre, sus necesidades y sus
aspiraciones. Para eso es preciso el coraje de los que osaron
repensar el mundo como un proyecto al servicio del hombre. No existen
experiencias anteriores que podamos usar como modelo, tenemos que
desarrollar la teoría y la práctica de nuevas formas de organización
social, política y económica, tanto para la ruptura con el subdesarrollo
como para la creación socialista.
Sólo podremos cumplirlo a condición de no desbordar ni alejarnos de
nuestra tarea. Si olvidáramos que nuestra misión es establecer un
proyecto social para el hombre, toda la lucha de nuestro pueblo por el
socialismo se convertiría en un intento reformista más.
Si olvidásemos las condiciones concretas de que partimos, pretendiendo
crear aquí y ahora algo que exceda nuestras posibilidades, también
fracasaríamos.
Caminamos hacia el socialismo no por amor académico a un cuerpo
doctrinario. Nos impulsa la energía de nuestro pueblo que sabe el
imperativo ineludible de vencer el atraso y siente al régimen socialista
como el único que se ofrece a las naciones modernas para reconstruirse
racionalmente en libertad, autonomía y dignidad. Vamos al socialismo por
el rechazo voluntario, a través del voto popular, del sistema
capitalista y dependiente cuyo saldo es una sociedad crudamente
desigualitaria, estratificada en clases antagónicas, deformada por la
injusticia social
y degradada por el deterioro de las bases mismas de la solidaridad
humana.
En nombre de la reconstrucción socialista de la sociedad chilena
ganamos las elecciones presidenciales y confirmamos nuestra victoria en
la elección de regidores.
Esta es nuestra bandera, en torno a la cual movilizaremos
políticamente al pueblo como el actor de nuestro proyecto y como
legitimador de nuestra acción. Nuestros planes de gobierno son el
Programa de la Unidad Popular con que concurrimos a las elecciones. Y
nuestras obras no sacrificarán
la atención de las necesidades de los chilenos de ahora en provecho de
empresas ciclópeas. Nuestro objetivo no es otro que la edificación
progresiva de una nueva estructura de poder fundada en las mayorías, y
centrada en satisfacer en el menor plazo posible los apremios más
urgentes de las generaciones actuales.
Atender a las reivindicaciones populares es la única forma de
contribuir de hecho a la solución de los grandes problemas humanos;
porque ningún valor universal merece ese nombre si no es reductible a lo
nacional, a lo regional y hasta a las condiciones locales de existencia
de
cada familia.
Nuestro ideario podría parecer demasiado sencillo para los que
prefieren las grandes promesas. Pero el pueblo necesita abrigar sus
familias en casas decentes, con un mínimo de facilidades higiénicas,
educar a sus hijos en escuelas que no hayan sido hechas sólo para
pobres,
comer lo suficiente en cada día del año, el pueblo necesita trabajo,
amparo en la enfermedad y en la vejez, respeto a su personalidad. Eso es
lo que aspiramos dar en un plazo previsible a todos los chilenos. Lo
que ha sido negado a América Latina a lo largo de siglos. Lo que algunas
naciones empiezan a garantizar ahora a toda una población.
Empero, detrás de esta tarea y como requisito fundamental para
llevarla a cabo, se impone otra igualmente trascendental. Es movilizar
la voluntad de los chilenos para dedicar nuestras manos, nuestras mentes
y nuestros sentimientos a recuperar al pueblo para sí mismos a fin de
integrarnos
en la civilización de este tiempo como dueños de nuestro destino y
herederos del patrimonio de técnicas, de saber, de arte, de cultura.
Orientar el país hacia la atención de esas aspiraciones fundamentales es
el único modo de satisfacer las necesidades populares,
de suprimir diferencias con los más favorecidos. Y, sobre todo, de dar
tarea a la juventud, abriéndole amplias perspectivas de una existencia
fecunda como edificadora de la sociedad en que le tocará vivir.
(Continúe leyendo):
Conciudadanos del Congreso.
El mandato que se nos ha confiado
compromete todos los recursos materiales y espirituales del país. Hemos
llegado a un punto en que el retroceso o el inmovilismo significarían
una catástrofe nacional irreparable. Es mi obligación, en esta hora,
como primer responsable de la suerte de Chile, exponer claramente el
camino por el que estamos avanzando y el peligro y la esperanza que,
simultáneamente, nos depara.
El Gobierno Popular sabe que la superación de un período histórico
está determinada por los factores sociales y económicos que ese mismo
período ha conformado previamente. Ellos encuadran los agentes y
modalidades del cambio histórico. Desconocerlo sería
ir contra la naturaleza de las cosas.
En el proceso revolucionario que vivimos, son cinco los puntos
esenciales en que confluye nuestro combate político y social: la
legalidad, la institucionalidad, las libertades políticas, la violencia y
la socialización de los medios de producción: cuestiones que afectan
al presente y al futuro de cada conciudadano.
- El principio de la legalidad.
El principio de legalidad rige hoy en Chile. Ha sido impuesto tras
una lucha de muchas generaciones contra el absolutismo y la
arbitrariedad en el ejercicio del poder del Estado. Es una conquista
irreversible mientras exista diferencia entre gobernantes y gobernados.
No es el principio de legalidad lo que denuncian los movimientos
populares. Protestamos contra una ordenación legal cuyos postulados
reflejan un régimen social opresor. Nuestra normativa jurídica, las
técnicas ordenadoras de las relaciones sociales entre chilenos responden
hoy a las exigencias del sistema capitalista. En el régimen de
transición al socialismo, las normas jurídicas responderán a las
necesidades de un pueblo esforzado en edificar una nueva sociedad. Pero
legalidad habrá.
Nuestro sistema legal debe ser modificado. De ahí la gran
responsabilidad de las Cámaras en la hora presente: contribuir a que no
se bloquee la transformación de nuestro sistema jurídico. Del realismo
del Congreso depende, en gran medida, que a la legalidad capitalista
suceda
la legalidad socialista conforme a las transformaciones socioeconómicas
que estamos implantando, sin que una fractura violenta de la juridicidad
abra las puertas a arbitrariedades y excesos que, responsablemente,
queremos evitar.
- El desarrollo institucional.
El papel social ordenador y regulador que corresponde al régimen de
Derecho está integrado a nuestro sistema institucional. La lucha de los
movimientos y partidos populares que hoy son gobierno ha contribuido
sustancialmente a una de las realidades más prometedoras con que cuenta
el país: tenemos un sistema institucional abierto, que ha resistido
incluso a quienes pretendieron violar la voluntad del pueblo.
La flexibilidad de nuestro sistema institucional nos permite esperar
que no será una rígida barrera de contención. Y que al igual que nuestro
sistema legal, se adaptará a las nuevas exigencias para generar, a
través de los cauces constitucionales, la institucionalidad
nueva que exige la superación del capitalismo.
El nuevo orden institucional responderá al postulado que legitima y
orienta nuestra acción: transferir a los trabajadores y al pueblo en su
conjunto el poder político y el poder económico. Para hacerlo posible es
prioritario la propiedad social de los medios de producción
fundamentales.
Al mismo tiempo es necesario adecuar las instituciones políticas a la
nueva realidad. Por eso, en un momento oportuno, someteremos a la
voluntad soberana del pueblo la necesidad de reemplazar la actual
Constitución, de fundamento liberal, por una Constitución de orientación
socialista. Y el sistema bicameral en funciones, por la Cámara Unica.
Es conforme con esta realidad que nuestro Programa de Gobierno se ha
comprometido a realizar su obra revolucionaria respetando el Estado de
Derecho. No es un simple compromiso formal, sino el reconocimiento
explícito de que el principio de legalidad y el orden institucional son
consubstanciales
a un régimen socialista, a pesar de las dificultades que encierran para
el período de transición.
Mantenerlos, transformando su sentido de clase, durante este difícil
período es una tarea ambiciosa de importancia decisiva para el nuevo
régimen social.
No obstante, su realización escapa a nuestra sola voluntad: dependerá
fundamentalmente de la configuración de nuestra estructura social y
económica, su evolución a corto plazo y el realismo en la actuación
política de nuestro pueblo. En este momento
pensamos que será posible, y actuamos en consecuencia.
- Las libertades políticas
Del mismo modo, es importante recordar que, para nosotros,
representantes de las fuerzas populares, las libertades políticas son
una conquista del pueblo en el penoso camino por su emancipación. Son
parte de lo que hay de positivo en el período histórico que dejamos
atrás.
Y, por lo tanto, deben permanecer. De ahí también nuestro respeto por la
libertad de conciencia y de todos los credos. Por eso destacamos con
satisfacción las palabras del Cardenal Arzobispo de Santiago, Raúl Silva
Henríquez, en su mensaje a los trabajadores: La Iglesia
que represento es la Iglesia de Jesús, el hijo del carpintero. Así
nació, y así la queremos siempre. Su mayor dolor es que la crean
olvidada de su cuna, que estuvo y está entre los humildes.
Pero no seríamos revolucionarios si nos limitáramos a mantener las
libertades políticas. El Gobierno de la Unidad Popular fortalecerá las
libertades políticas. No basta con proclamarlas verbalmente porque son
entonces frustraciones o burla. Las haremos reales, tangibles
y concretas, ejercitables en la medida que conquistemos la libertad
económica.
En consecuencia, El Gobierno Popular inspira su política en una
premisa artificialmente negada por algunos: la existencia de clases y
sectores sociales con intereses antagónicos y excluyentes, y la
existencia de un nivel político desigual en el seno de una misma clase o
sector.
Ante esta diversidad, nuestro Gobierno responde a los intereses de
todos los que ganan su vida con el esfuerzo de su trabajo: obreros y
profesionales, técnicos, artistas, intelectuales y empleados. Bloque
social cada vez más unido en su condición común de asalariados. Por
el mismo motivo nuestro Gobierno ampara a los pequeños y medianos
empresarios. A todos los sectores que, con intensidad variable, son
explotados por la minoría propietaria de los centros de poder.
La coalición multipartidista del Gobierno Popular responde a esta
realidad. Y en el enfrentamiento diario de sus intereses con los de la
clase dominante se sirve de los mecanismos de confrontación y resolución
que el sistema jurídico institucional establece, reconociendo
a la Oposición las libertades políticas y ajustando su actuación dentro
de los límites institucionales. Las libertades políticas son una
conquista de toda la sociedad chilena en cuanto Estado.
Todos estos principios de acción, que se apoyan en nuestra teoría
política revolucionaria, que responden a la realidad del país en el
momento presente, que están contenidas en el Programa de Gobierno de la
Unidad Popular, los he ratificado plenamente como Presidente
de la República.
Son parte de nuestro proyecto de desarrollar al máximo las
posibilidades políticas de nuestro país, para que la etapa de transición
hacia el socialismo sea de superación selectiva del sistema presente.
Destruyendo o abandonando sus dimensiones negativas y opresoras.
Vigorizando y ampliando los factores positivos.
- La violencia
El pueblo de Chile está conquistando el poder político sin verse
obligado a utilizar las armas. Avanza en el camino de su liberación
social sin haber debido combatir contra un régimen despótico o
dictatorial, sino contra las limitaciones de una democracia liberal.
Nuestro pueblo aspira legítimamente a recorrer la etapa de transición al
socialismo sin tener que recurrir a formas autoritarias de gobierno.
Nuestra voluntad en este punto es muy clara. Pero la responsabilidad
de garantizar la evolución política hacia el socialismo no reside
únicamente en el Gobierno, en los movimientos y partidos que lo
integran. Nuestro pueblo se ha levantado contra la violencia
institucionalizada
que sobre él hace pesar el actual sistema capitalista. Y por eso estamos
transformando las bases de este sistema.
Mi Gobierno tiene su origen en la voluntad popular libremente
manifestada. Sólo ante ella responde, los movimientos y partidos que lo
integran son orientadores de la conciencia revolucionaria de las masas y
expresión de sus aspiraciones e intereses. Y también son directamente
responsables
ante el pueblo.
Con todo, es mi obligación advertir que un peligro puede amenazar la
nítida trayectoria de nuestra emancipación y podría alterar radicalmente
el camino que nos señalan nuestra realidad y nuestra conciencia
colectiva; este peligro es la violencia contra la decisión
del pueblo.
Si la violencia, interna o externa, la violencia en cualquiera de sus
formas, física, económica, social o política llegara a amenazar nuestro
normal desarrollo, y las conquistas de los trabajadores, correrían el
más serio peligro la continuidad institucional, el Estado
de derecho, las libertades políticas y el pluralismo. El combate por la
emancipación social o por la libre determinación de nuestro pueblo
adoptaría obligatoriamente manifestaciones distintas de lo que con
legítimo orgullo y realismo histórico denominamos la vía
chilena hacia el socialismo. La resuelta actitud del Gobierno, la
energía revolucionaria del pueblo, la firmeza democrática de las Fuerzas
Armadas y de Carabineros, velarán porque Chile avance con seguridad por
el camino de su liberación.
La unidad de las fuerzas populares y el buen sentido de los sectores
medios nos dan la superioridad indispensable para que la minoría
privilegiada no recurra fácilmente a la violencia. Si la violencia no se
desata contra el pueblo, podremos transformar las estructuras básicas
donde
se asienta el sistema capitalista en democracia, pluralismo y libertad.
Sin compulsiones físicas innecesarias, sin desorden institucional, sin
desorganizar la producción; de acuerdo con el ritmo que determine el
Gobierno según la atención de las necesidades del pueblo y el
desarrollo de nuestros recursos.
- Lograr las libertades sociales
Nuestro camino es instaurar las libertades sociales mediante el
ejercicio de las libertades políticas, lo que requiere como base
establecer la igualdad económica. Este es el camino que el pueblo se ha
trazado, porque reconoce que la transformación revolucionaria de un
sistema social
exige secuencias intermedias. Una revolución simplemente política puede
consumarse en pocas semanas. Una revolución social y económica exige
años. Los indispensables para penetrar en la conciencia de las masas.
Para organizar las nuevas estructuras, hacerlas operantes
y ajustarlas a las otras. Imaginar que se pueden saltar las fases
intermedias es utópico. No es posible destruir una estructura social y
económica, una institución social preexistente, sin antes haber
desarrollado mínimamente la de reemplazo. Si no se reconoce esta
exigencia
natural del cambio histórico, la realidad se encargará de recordarla.
Tenemos muy presente la enseñanza de las revoluciones triunfantes. La de
aquellos pueblos que ante la presión extranjera y la guerra civil han
tenido que acelerar la revolución social y económica
para no caer en el despotismo sangriento de la contrarrevolución. Y que
recién después, durante decenios, han tenido que organizar las
estructuras necesarias para superar definitivamente el régimen anterior.
El camino que mi Gobierno ha trazado es consciente de estos hechos.
Sabemos que cambiar el sistema capitalista respetando la legalidad,
institucionalidad y libertades políticas, exige adecuar nuestra acción
en lo económico, político y social a ciertos límites. Estos
son perfectamente conocidos por todos los chilenos. Están señalados en
el programa de Gobierno que se está cumpliendo inexorablemente, sin
concesiones en el modo y la intensidad que hemos hecho saber de
antemano.
El pueblo chileno, en proceso ascendente de madurez y de
organización, ha confiado al Gobierno Popular la defensa de sus
intereses. Ello obliga al Gobierno a actuar con una total identificación
e integración con las masas, a interpretarlas orientándolas. Y le
impide distanciarse
con actuaciones retardadas o precipitadas. Hoy más que nunca, la
sincronización entre el pueblo, los partidos populares y el Gobierno
debe ser precisa y dinámica.
Cada etapa histórica responde a los condicionamientos de lo anterior y
crea los elementos y agentes de la que sigue. Recorrer la etapa de
transición sin restricciones en las libertades políticas, sin vacío
legal o institucional, es para nuestro pueblo un derecho y una legítima
reivindicación. Porque está prefigurando en términos concretos su plena
realización material en la sociedad socialista. El Gobierno Popular
cumplirá con su responsabilidad en este momento decisivo.
En la organización y conciencia de nuestro pueblo, manifestada a
través de los movimientos y partidos de masas, de los sindicatos, radica
el principal agente constructor del nuevo régimen social. En
movilización permanente y multiforme, según las exigencias objetivas
de cada momento. Esperamos que esta responsabilidad, no necesariamente
desde el Gobierno, sea compartida por la Democracia Cristiana que deberá
manifestar su consecuencia con los principios y programas que tantas
veces expuso al país.
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